Cincuenta millas, reto cumplido

Cincuenta millas (80.5 km), hecho!

Reto cumplido y dedicado a Maria Margarita Gnecco. Corrí cincuenta millas, si, cincuenta, así como lo leen. Fue una experiencia increíble. Valió la pena cada segundo invertido en el entrenamiento. Cada levantada a las 4.30 am para entrenar antes del trabajo, las idas a dormir temprano, los fines de semana entregados a los fondos, en fin, todo el esfuerzo cobró sentido.

Antes de contar lo vivido quiero agradecer a todas aquellas personas que me apoyaron en este camino, no los nombro a todos pero los llevo en mi corazón. Sin todo el apoyo no lo hubiera logrado. Gracias a mi mamá por alimentarme y cuidarme las 2 semanas antes para asegurarse que llegara sanita. Especiales gracias al crew (Sabrina, Maria Regina, Marcela y Pamela) por el aliento en los momentos claves y la ayuda en los aid stations.

Gracias a los Herederos Ortiz por la barra virtual, mejor acompañada imposible. A mi padre, gracias por creer en mi aunque no esté de acuerdo con lo que hago. Infinitas gracias a Marcelo (el coach) por transmitirme su conocimiento y tenerme paciencia contestando todas mis dudas.

Gracias a The North Face Endurece Series por permitir que mis primeras cincuenta millas fuesen una experiencia memorable. Basta de agradecimientos, para no aburrirlos mejor pasar a la crónica.

Así comenzó esta historia.

Desde el momento en que fui a reclamar el kit todo fue emocionante. Poco a poco me iba haciendo a la idea de que iba a correr cincuenta millas. Ver a todos los corredores, ver el lugar de la llegada y ver las montañas que iba a tener que subir y bajar hacían latir con fuerza mi corazón. Ver el Golden Gate Bridge a la distancia sin duda alborotó las mariposas en el estómago. Sabrina (mi hermana) y mi mamá le hicieron caso a Marcelo y el día anterior a la carrera no me dejaron hacer nada. Me consintieron y me alimentaron todo el día.

Esa noche el sueño estuvo interrumpido. La ansiedad me hizo levantar varias veces. Cuando finalmente sonó el despertador a las 3 am brinqué de la cama llena de energía. Estaba lista, me sentía preparada y con ganas de correr. En la salida hacia frío así que todos nos amontonábamos alrededor de un calentador de gas y como pingüinos íbamos rotando hacia el centro. Cuando llamaron para formar la salida me despedí de mi hermana y mi mamá con un abrazo lleno de energía. En la fila con el esperado 10, 9, 8, ……. 3, 2, 1 m´ås los aplausos de emoción mientras comenzaba la carrera intuía que iba a ser un gran día.

No pensar en que eran cincuenta millas lo que iba a correr fue fácil, siempre hubo cosas hermosas para mirar y disfrutar. Cuando salimos era de noche aún y rápidamente empezamos con la primera subida. Dí media vuelta y el río de luces que vi subiendo atrás mío era fascinante. Poco a poco fui entrando en mi ritmo y esa primera cuesta la culminé sin siquiera darme cuenta. Sabía que eran 9 subidas y bajadas con lo que me enfrentaba así que dejar la primera atrás fue un alivio.

Inspirar, espirar, repetir.

La mañana nos recibió con un amanecer bellísimo. Estaba en el tope de la segunda montaña, veía la bahía de Sausalito y Marin City mientras el cielo desplegaba los primeros colores de la mañana. Esos colores que nos hacen creer que todo va a estar bien. Así, llena de energía llegué a Tennessee Valley antes de lo acordado con Sabrina. Llevaba algo más de 21 kilómetros (13 millas) y me sentía como si recién empezara. Recargué agua, dejé la linterna, saqué las gafas y seguí mi camino. Nuevamente inspirar, espirar, repetir y sobretodo disfrutar. Ver el océano Pacífico aparecer detrás de una de las subidas fue mágico. Toda su inmensidad y su fuerza para mi durante cincuenta millas.

El quinto ascenso fue el más difícil. Largo e inclinado. Un pie primero, luego el otro. Encontrar mi ritmo. Inspirar, espirar, disfrutar, repetir hasta la cima. La vista, un regalo merecido. Como para quedarse y “parchar” un rato. Mientras llenaba los termos de agua y electrolitos conversé con un chico que parecía con ganas de renunciar. Me dijo que estaba de cumpleaños así que le di un LuchoDillito. Se paró contento y devuelta cada cual a lo suyo. La bajada fue por un lugar hermoso. Con árboles y cascadas y de vez en cuando se entrevistaba la inmensidad del Pacífico.

Cuando la pendiente empezaba a inclinarse nuevamente vi a mi hermana a la distancia y me sentí tan feliz y emocionada que los ojos se me llenaron de lágrimas. Había pasado la mitad y me sentía fuerte como un roble. Había esperado llegar a ese encuentro con el crew con ganas de desistir o algo, pero no, estaba entera y ver a mi mamá, a Sabri, a Marcela y a Pamela me redobló el ánimo. Tal vez el sándwich de aguacate que me dieron ayudó.

Mejor subir que bajar, quien se lo iba a imaginar.

Subí y bajé tres veces más hasta llegar de nuevo a Tennessee Valley. Descubrí que me va mejor subiendo que bajando. Que aunque no voy muy rápido, logro llegar a esa zona zen y avanzo firme. Bajar, en cambio, no es tan sencillo como parece, no todo se le deja a la fuerza de gravedad. Ver a Pamela y correr con ella y que luego Sabrina se nos uniera me volvió a llenar de ánimo. Solo faltaban 10 millas más. Ahí supe que esto era mío. Que lo iba a lograr, iba a entrar al mundo de los ultra atletas.

Con ayuda de mi fantástico crew me cambié las medias, tomé el elixir de salvación y lista para la recta final. Vale la pena explicar que el elixir de salvación es Mountain Dew, veneno que no tomo en ningún otro momento de mi vida pero que luego de correr 45 kilómetros me devuelve el alma al cuerpo. Sabrina subió a mi lado un rato renovando mi ímpetu de llegar a la meta, fue tan agradable compartir esto con ella. Y así, a mi ritmo culminé la última subida. No quedaba sino bajar, cruzar el Golden Gate Bridge y una milla más para alcanzar la gloria.

La recta final.

Cuando llegué al puente, me esperaba toda una función de la naturaleza. Uno de los atardeceres más alucinantes que vi alguna vez.  A mi derecha el sol ya ocultándose pintaba el cielo de unos naranjas, y fuxias que parecían de ensueño. Al lado izquierdo la paleta de colores era mas hacia los rosados y morados. La felicidad que me inundaba era increíble y las ganas de correr aumentaban. Por un momento pensé que tenía que absorberlo todo sola y de pronto a la distancia vi a Sabrina y a Pamela. Nuevamente lágrimas de emoción en los ojos. Podía compartir con ellas el regalo que la vida me entregaba por cumplir mi hazaña.

Cuando cruzamos el puente nos informan que nos queda un poco más de una milla. Aquí me sentí cansada y con ganas de que esto acabara pronto. Pensé que ya no tenía más energía, sin embargo, una vez más el “berracol” surgió efecto y pude terminar con paso demoledor. Crucé la meta acompañada de mi hermana y Pamela. Quede sin aliento, agotada, casi me caigo por hacer un baile de celebración, solo podía sonreír. Lo logré! Corrí cincuenta millas, ochenta punto cinco kilómetros. Un sueño cumplido. El crecimiento físico, mental y espiritual que esta aventura me permitió es sólo una muestra de a dónde podemos llegar si realmente lo queremos.

La recuperación es parte de la carrera.

Ahora estoy aprendiendo que no todo terminó al cruzar la meta. Después sigue la recuperación. Es tan intensa y merece tanta atención y dedicación como el entrenamiento. Además hay que celebrar y digerir la experiencia. Ya estoy corriendo nuevamente pero es simplemente recuperación activa. Antes de dos semanas no se vale pensar en cual será el siguiente desafío…..

 

Cincuenta millas: la recta final

Cincuenta millas: la recta final

¡Ahora si es en serio! Faltan cuatro días y estaré corriendo mis primeras cincuenta millas. Tengo una cantidad de sentimientos encontrados. Nervios, ansiedad, emoción, felicidad, en fin de todo un poco. Mariposas en la barriga o un gusano en la tripa explican perfecto esto que siento. Sin duda es una hazaña interesante a la que me le estoy midiendo.

Aunque el sábado es el gran día, la realidad es que este viaje comenzó hace un tiempo. La idea de correr un ultra maratón empezó a rondarme la cabeza después de correr la maratón de Bear Mountain con Nacho. No le puse mucha atención pero mientras corría en las mañanas con Sandin (ya vendrá un post sobre él) lo iba procesando poco a poco. En los primeros días de julio compré un libro llamado Running Your First Ultra. Luego de leer la primera parte invité a almorzar a Nacho, la única persona que conozco que no me iba a decir “no hagas eso, estas loca”. Le pregunté su opinión y me dijo que claro, que lo hiciera, que iba a ser increíble.

Y así comenzó esta aventura.

Han sido 17 semanas, incluyendo esta, de arduo entrenamiento. He puesto al límite mi fuerza de voluntad y compromiso. He aprendido cosas de mí que nunca me hubiese imaginado. He ganado amigos y tal vez perdido otros. He logrado apreciar mi cuerpo mas que nunca y lo más importante es que me he divertido. El hecho de haber llegado hasta aquí ya es todo un acontecimiento. Esto me había costado trabajo entenderlo pero entre Nacho y Marcelo (el coach) me lo han logrado hacer entender.

Ahora, aquí sentada tratando de relajarme, me doy cuenta de lo mucho que debo disfrutar desde ya. Esta recta final es para aprovechar. Viajo mañana a San Francisco, voy acompañada de un maravilloso “crew” y voy a hacer lo que me gusta. Así que no hay excusa, toca gozárselo. La próxima vez que escriba habré entrado en el club de los ultra maratonistas!

 

 

Meditación y el correr

Meditación y el correr

Me gusta correr. Es la única forma en que logro encontrar ese estado que se alcanza con la meditación. Sentarme a meditar me cuesta demasiado. Me empieza a picar todo, me duele la espalda, debo cambiar de posición y entre movimiento y movimiento no logro tranquilizar mi mente. Por el contrario, mientras corro largas distancias sin darme cuenta llego a ese anhelado estado.

No es que deje de pensar sino que logro dejar los pensamientos y sentimientos ser. Logro aceptarlos y dejarlos seguir. No hay necesidad ni energía para juzgar. Simplemente inhalo, exhalo y existo. Eso, inhalo, exhalo y existo. Eso es para mi la meditación y el correr. Es gracias a estos momentos que logro continuar el día a día. Saber que puedo alcanzar este estado me permite enfrentar la vida con mayor tranquilidad.

Como les conté en un post anterior, correr me ayudó a salir de una gran crisis. Sin duda el correr ha generado en mi algo que va mas allá de bienestar físico. Es bienestar mental y estoy descubriendo que también lo es espiritual. Tal vez es lo que llaman el runners highy les pasa a todos aquellos que corren o practican actividades físicas intensas. Personalmente les puedo asegurar que es fascinante.

Que sigue después del “runners high”?

Para mi, después del “runners high” sigue la felicidad. Una sensación de plenitud, de sentirse bien con uno mismo. Cuando esto sucede todos los días o casi todos los días es mas fácil vivir en armonía. Se hace más sencillo enfrentar al mundo. Se hace más agradable la vida. Quizás busco correr largas distancias para poder encontrar paz y tranquilidad. No lo sé, pero por el momento espero poder seguir este camino de la meditación y el correr.

Estoy segura que el próximo sábado cuando este corriendo mis primeras 50 millas tendré tiempo de disertar al respecto. Mientras tanto no me queda otra que inhalar, exhalar y existir.

 

El paso demoledor

El paso demoledor

El paso demoledor es el paso que se apodera de mi para terminar cada carrera dejándolo todo en la pista. Por más cansada que voy, siempre revivo en los últimos 800 metros para terminar con fuerza. Este paso debe practicarse en los entrenamientos para que se vuelva un acto reflejo, ya saben, la práctica hace al maestro.

El que me enseñó el paso demoledor fue Cesar, entrenador y gran amigo.

Empecé a correr con Cesar en diciembre del 2012. Estaba recién llegada a Bogotá luego de una fuerte crisis nerviosa en Buenos Aires. Salir a correr era lo único que no me daba ataques de pánico. Cesar llegaba por mi e íbamos a entrenar al parque del Virrey. Entre vuelta y vuelta a ese parque logré dejar la medicación psiquiátrica y agarrar fuerzas para empezar a enfrentar el mundo.

Me acuerdo el esfuerzo que me costaba hacer 5 intervalos de 1km x 1km. Cesar corría a mi lado obligándome a esforzarme un poquito más cada vez. Gracias a él creció aún más mi gusto por correr. La primera carrera para la que entrenamos fue la vuelta a San Andrés. Son 33 kilómetros y obviamente es en la isla del mismo nombre.

Los domingos eran los días de los fondos.

Comenzábamos y yo hablaba mientras Cesar hacía de terapeuta. Llegábamos a un punto en que yo no podía hablar más y los roles cambiaban. Cesar hablaba y yo ofrecía mi escucha. Así, entre kilómetro y kilómetro nació una gran amistad. La terapia llegaba a su fin cuando Cesar empezaba a prepararme para el paso demoledor. Utilizaba técnicas simples como decirme: “a ver ese paso demoledor, ¿donde está la garra charrua, o al menos la del chicharrón?” Y luego salía el con su paso demoledor los últimos 3 kilómetros. Yo, al ver como me quedaba atrás, recurría a una pastilla de berracol y los últimos 800 metros tenían cara de pique.

La gran mayoría de veces Cesar llegaba a la meta y se devolvía por mi para darme ánimo y no dejarme caer en la tentación de rendirme por el cansancio.

Cuando le conté de las pastillas de berracol las adoptó inmediatamente. Tanto practicamos el paso demoledor que en la vuelta a San Andrés, sin saber de dónde, saqué fuerzas para rematar el último kilómetro. Una vez lo experimenté en carrera entendí de que me hablaba Cesar cuando me insistía en terminar los fondos con paso demoledor.

La vuelta a la isla

En la carrera de San Andrés el paso demoledor se convirtió en anécdota con mi padre. Por no ser una carrera tan concurrida se permitía la compañía de alguien en bicicleta. La carrera sale 5:00 am por el calor que hace una vez sale el sol. Arrancamos y en los primeros 10km quedé corriendo acompañada de 3 señores. La idea era no llegar sola a la mitad de la isla pues de ahí en adelante el viento es en contra por lo cual hace bien tener quien lo proteja a uno. Al kilómetro 16 se nos unió mi padre en bicicleta. Nos daba agua a los 4 y todos íbamos ofreciéndonos apoyo mutuamente. Rápidamente perdimos a uno. Seguimos 3 al ritmo que yo tenía planeado para mí carrera. En el kilómetro 25 perdimos a otro. Quedamos 2. Mi padre nos daba agua y Gatorade.

En el kilómetro 29 empecé a bajar el ritmo y en el 30 quería renunciar. El señor que quedaba conmigo me hablaba dándome ánimos. “Que no pares, que falta poco, que vamos, que tú puedes” y yo solo quería decirle que se callara, que corriera él y me dejará en paz. Pero era tal el cansancio que solo podía darle una orden a mi cerebro: poner un pie adelante del otro. Así, a un ritmo menor del esperado por mi, vi que faltaba poco para completar 33 kilómetros.

La emoción de sentir que la meta está cerca.

Sentí mi corazón latir con más fuerza, la sangre recorrer mi cuerpo llevando el oxígeno a cada músculo agotado y sin darme cuenta el paso demoledor se apoderó de mi. Pegué un pique increíble, el pobre señor que me había apoyado quedó botado, no tuvo fuerzas para terminar fuerte.

Fui tan feliz ese día…… después mi papá vino a decirme que tan mala haber dejado botado al señor que había sido mi compañero cuando estuve a punto de renunciar. Me acerqué a disculparme pero no hizo falta el era atleta y entendía que las carrera son de cada quien.

Correr largas distancias y el combustible necesario

Correr largas distancias es posible siempre y cuando se tenga el combustible necesario. No solo es combustible alimenticio sino también para la mente. Ambos igual de importantes, aunque el segundo probablemente mas difícil de conseguir.

Las pastillitas de ‘berracol’

Berraquera es una palabra muy colombiana que define a aquellas personas que nada las detiene. Son personas capaces de afrontar cualquier obstáculo para lograr lo que se proponen. Sin duda para correr largas distancias se necesita berraquera. Mi abuelo paterno, Papito Iban, siempre tenía a mano un frasco con pastillitas de ‘berracol’. Cada vez que escuchaba a uno de sus nietos decir que no eran capaces de hacer algo o nos oía quejar, inmediatamente nos ofrecía una pastillita de ‘berracol’. Estoy segura que a sus hijos los crió a punta de estas pastillas pues mi papá me las sigue ofreciendo.

En estas dos imágenes pueden ver un claro ejemplo de lo necesarias que eran las pastillitas y como me enseñó Papito Iban a tomarlas. Esto fue una Navidad y allí estoy con Papito Iban aprendiendo a prender voladores en la mano y con un cigarrillo. Mi cara de susto en la segunda foto y la tranquila expresión de mi abuelo lo dicen todo. Al verme asustada me dio la correspondiente pastilla de ‘berracol’. Seguro sirvió pues hasta que prohibieron la pólvora seguí prendiendo voladores, aunque generalmente en la mano de otros.

Papito Iban y las pastillas de berracolPapito Iban y las pastillas de berracol

Obviamente estas pastillas tenían como único objetivo darnos la berraquera necesaria para afrontar cualquier desafío. No se si a Papito Iban se le ocurrió alguna vez que sus pastillas servirían para correr larga distancia pero les aseguro que son el combustible necesario cuando las piernas me fallan. En los fondos siempre llevo varias. Cuando siento que quiero parar aparece Papito Iban y amablemente me ofrece una pastillita de ‘berracol’. Ante esta imagen no me queda otra que aceptarla, respirar profundo y ponerle berraquera al asunto para terminar con ganas.

Correr largas distancias requiere una buena nutrición.

Por mas berraquera que le ponga, si no me alimento pues no llego a la meta. Así que he entendido que la alimentación es una parte clave en la vida de los atletas. He ido aprendiendo poco a poco sobre esto pero lo más duro ha sido aprender a comer corriendo. Si, así como lo leen. Para las largas distancias es necesario reponer la energía utilizada por el cuerpo pues si no se hace nos fundimos.

En los entrenamientos me ha tocado ir probando que es lo que soy capaz de comer, que es lo que mi cuerpo tolera. Después de varios intentos descubrí que el bocadillo no me caía mal. Por el contrario, los bocadillos me sentaban muy bien así que son mi fuente energética de elección.

Al enterarse de esto, mi hermana me presentó a David Guthrie, fundador de Lucho Dillitos™. David y su equipo se dedican a llevar al mundo bocadillos como la fuente de energía a elegir para los deportistas. El nombre de Lucho Dillitos™ es en honor a Lucho Herrera, el primer ciclista colombiano en ganar una etapa en el Tour de Francia, entre otras hazañas. Los bocadillos han sido siempre la fuente energética de elección de los deportistas colombianos así que soy orgullosa embajadora de este grandioso producto. Le agradezco a David y a su equipo el acompañarme en mi incursión en el mundo del ultra running.

Correr largas distancias me hace tan feliz y me encanta compartirlo. Así de a poquitos y entre anécdotas les iré contando más de mi.

Hasta la próxima.

Las lecciones de mi primer ultra maraton

Ultra que?

Es extraño pensar que incursioné en el mundo de los ultra maratones. Dicen que desde los 50 kilómetros las carreras pasan a ser ultra así que hace una semana me gradué de ultra runner. O eso dicen los números. La realidad es que es tiempo suficiente en la montaña para pensar, meditar, y hasta delirar. Obviamente el paisaje ayuda.

Mountain Madness

Aquí les comparto  algunos de los pensamientos que rondaron mi cabeza durante el Mountain Madness y en el camino a esta.

Se trata de disfrutar el viaje, no solamente del destino.

La verdad es que las lecciones y los pensamientos vienen desde el entrenamiento. En la carrera solo se materializaron. Pude experimentarlos, verlos, sentirlos y a algunos hasta enfrentarlos. Esta historia empezó el 19 de Julio de este año. Día en que me inscribí a las 50 millas del North Face Endurance Challenge de California.

Llevaba al menos un mes dando le vueltas en la cabeza a la idea de un ultra maratón. Me compré un libro de Krissy Moehl llamado Running Your First Ultra y fui a consultar la idea con Nacho (si, el de WBY). Elegí preguntarle a Nacho pues sabía que era la única persona que conozco que no me iba a decir que estaba loca. El, que estaba entrenando para el EPIC 5, me dijo que claro, que me inscribiera y empezara a entrenar. Así que le hice caso, busqué una carrera, me inscribí y ya no había vuelta atrás.

Con 4 meses exactos para prepararme no había tiempo que perder. Nacho me puso en contacto con Marcelo y empezamos a entrenar. Correr 50 millas requiere preparación tanto física como mental así que esto se trata de fortalecer cuerpo, mente y alma. Es mas fácil decirlo que hacerlo. Implica levantarse a las 4 o 4.30 am para poder entrenar dos horas antes de ir a trabajar. También es no salir hasta tarde el sábado porque el domingo es el día de los fondos y hay que madrugar. Toca correr con las piernas pesadas del ejercicio del día anterior aunque el deseo sea quedarse en la cama. La vida se llena de pequeños sacrificios necesarios para conquistar un ultra. Lo que lo hace soportable es lo bien que se siente mejorar un tiempo o superar una distancia.

El poder de la mente

Hay entrenamientos en que todo funciona, uno se siente bien, los tiempos lo demuestran y todo es una maravilla. Pero la vida no solo es de colores. Hay días en que por diversas razones las cosas no funcionan. Uno está cansado o no está motivado y lo único que quiere hacer es renunciar. En esos días hay que respirar profundo y entrenar con mas fuerza. No se puede renunciar pues un ultra no perdona si no se llega en forma. Esto va fortaleciendo la mente y el alma.

Llegué a correr Mountain Madness convencida que tenía mi cabeza dominada. Oh, sorpresa la que me llevé. Cuando me perdí por segunda vez lo único que pensaba era que quería renunciar. No solo de la carrera sino del trail running. Pensaba que si no era capaz de seguir las cintas de colores no debía pensar en ser ultra runner. Me repetía que esto no era lo mío, que me quedara corriendo en la ruta pues eso no duele. Quería llegar al aid station para anunciar mi retiro.

No lo hice, pase el aid station y seguí hacia adelante tratando de no escuchar mucho mis pensamientos. De repente llegué a otro aid station y vi que había adelantado varios runners. Esto me dio fuerza y esta vez empezaron los pensamientos positivos. ¡Vamos, Valentina! ¡Tu puedes, Valentina! Tomaste ‘berracol’ así que tienes que poder. Y poco a poco fui convenciéndome de esto. Físicamente me sentía bien así que mi cuerpo respondió las ordenes de mi mente. Cuando llegué´al último aid station y me enter´que iba en el segundo lugar me animé mas y seguí corriendo.

El mejor resultado es la felicidad.

El saber que el dar esa vuelta significaba que correría 55 kms y no 50 fue usado como incentivo. Había logrado ganarle a mi mente. El entrenamiento estaba sirviendo. No solo el físico sino el mental. El resultado fue llegar a la meta con la sensación de éxtasis total. Sin duda uno de los días más felices de mi vida.

Esta carrera me enseñó que puedo salir victoriosa de las adversidades. Que debo confiar en mi y en mi entrenamiento. Y que no hay que darse por vencido la primera vez que algo se pone difícil. Una de las razones por las que me gusta correr es todas las cosas que aprendo de mi misma. Los invito a que se animen y hagan el intento.

La historia de mis primeros 50 kilómetros

Si, 50 kilómetros

Nunca me imaginé que correría 50 kilómetros pero el domingo pasado lo hice. Una carrera pequeña, organizada por Rick y Jennifer McNulty y conocida como Mountain Madness. Era parte del entrenamiento para las 50 millas (84 km) de The North Face Endurance Challenge que voy a correr en California. Por esto, la idea era disfrutar y terminar. El ser consiente de que eran mis primeros 50 kilómetros y que ademas eran mi tercera incursión en la montaña estaba nerviosa. Me sentía fuerte, había visualizado la meta y me repetía que era solamente un fondo mas y con esa idea en la cabeza arranque la carrera.

Es fácil perderse

Hacía un día hermoso de verano, en la montaña la temperatura era perfecta por la sombra de los árboles y estaba disfrutando al máximo el correr. Luego de pasar el segundo aid station estaba atenta siguiendo las cintas naranja que marcaban el camino y de pronto no las vi mas. Me devolví hasta la última cinta pero ya nunca encontré el camino. Estaba perdida. Decidí seguir hacia adelante pues mirar hacia atrás en ese espeso bosque era aun mas desconcertante. De pronto escuche voces. Pensé que todo estaba resuelto. Cuando llegué a las voces era un chico que andaba igual de perdido que yo hablando con su padre, el cual lo esperaba en la meta. Caminamos un buen rato hasta encontrar una calle. Por ahí caminamos otro rato hasta volver a las cintas naranja.

Empecé a correr y empezaron a aparecer otros corredores en contra vía. En un momento me crucé con unos que había visto en el aid station y me dijeron que la que iba en contra vía era yo. Ahí me desilusioné. Luego me caí. Mi mano sangraba, iba hacia el lado que no era pero tenía llegar al aid station para que me valieran el esfuerzo de mis primeros 50 kilómetros. Quería renunciar, sin embargo seguí corriendo. Salí de la espesura del bosque convencida que llegaba a mi destino y para mi sorpresa estaba perdida nuevamente. Los guardabosques me mostraron en un mapa lo fuera del camino que estaba. Respiré profundo, me lave la herida y volví a correr. Me encontré al chico que andaba perdido igual que yo y el no estar sola me consoló. Seguimos 3 kilómetros mas y llegamos al aid station.

Las fuerzas llegan cuando menos lo esperamos

No se si fue el Mountain Dew o el hecho de haber llegado hasta el aid station pero en el kilómetro 30 me empecé a sentir bien. Me sentía con ánimos y sentía que podía lograrlo. Empecé con pensamientos positivos. Recurrí en mi mente a las pastillas de “berracol” de mi abuelo gracias a las cuales llegué al último aid station. Se suponía que quedaba una vuelta de 10 kilómetros para llegar a la meta. Mi reloj marcaba 45 kms. Esto quería decir que para mis primeros 50 kilómetros iba a terminar haciendo 55. Mientras planeaba como decirle a los de la carrera que ya no continuaba se me acercó un señor y me dice: “si sabes que vas de segunda entre las mujeres?”. No me quedó otra opción que salir a terminar.

Corrí feliz. Corrí pensando en que si soy capaz de correr 50 kilómetros soy capaz de hacer cualquier cosa que me proponga. Cada paso le agradecí a mi cuerpo por seguir corriendo. En el camino pasé a dos chicos. Traté de animarlos, les ofrecí agua y geles. Al segundo que pasé logré levantarle el ánimo y empezó a correr detrás de mi. Esto me llenó de energía y pude mejorar mi paso.

El esperado final.

Cuando salimos del bosque y vi la meta se me llenaron los ojos de lágrimas. Lo estaba logrando. Faltaban 700 metros y terminaría mis primeros 50 kilómetros. Saqué fuerzas desde lo mas adentro y terminé con paso demoledor. Ya les contaré de Cesar y el paso demoledor. Las pocas personas que estaban mirando me hicieron barra y así, con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja, crucé la meta. Había corrido mis primeros 50 kilómetros y ¡terminado de segunda entre las mujeres!

Ya vendrá un post con las lecciones. Por ahora les dejo mi cara de felicidad por esta hazaña cumplida.

Si, soy corredora

Hace poco me llegó un email pidiendo que me identificara en el trabajo. Hice click en el link y básicamente hay que decir sexo, raza, si uno tiene alguna discapacidad y creo que eso era todo. Lo miré varias veces y pensé que realmente lo único con que me identifico es con correr. Si, soy corredora. Amateur obviamente pero corredora. Me gusta esa identificación. Correr hace parte de lo que soy. Me ayuda a sentirme bien, a sentirme con ánimo, a mantener mi cabeza tranquila. Correr hace que me sienta capaz de lo que sea.

Llevo corriendo desde el 2009. Primero 2 o 3 veces por semana y una que otra carrera de 10 km. Desde el 2013 comencé a entrenar 5 o 6 veces por semana, corrí varias medias maratones y dos maratones completas. A finales del 2013 entendí que no quería entrenar para una maratón. Que lo que en realidad quería era ser atleta, es decir, estar lista para correr 42 km cualquier día solo con mi entrenamiento normal. Y el 13 de Mayo de este año lo comprobé. Corrí la maratón de The North Face Endurance Challenge en Bear Mountain sin haber entrenado específicamente para ello y quedé de terceras! Fue increíble ya que era una carrera de montaña y yo corro en la calle. Fue un reto fascinante y le agradezco a Nacho y a WBY por creer en mi 🙂

 

Después de esa aventura me quedó picando un reto mayor y decidí inscribirme en mi primer ultra. Son 50 millas en el North Face Endurance Challenge de San Francisco. Esto es un reto en muchos aspectos, ya no se trata sólo de correr. Me ha tocado aprender a comer y a hidratarme corriendo. Debo estar más pendiente de mi alimentación el día a día. Estoy en contacto permanente con mi cuerpo y conociendo cada señal que me envía. Es sin duda un viaje increíble.

La realidad de este viaje

Aunque parece una decisión impulsiva creo que es parte del viaje de auto conocimiento y crecimiento personal que empezó varios años atrás en Argentina. Este viaje lo he hecho corriendo pero no huyendo sino enfrentando. Las 50 millas debía enfrentarlas siendo vegana. El veganismo no es solo sobre lo que comemos, es una filosofía de vida. Es el complemento perfecto para seguir conociéndome y seguir creciendo como ser humano. Me ha enseñado ha ser compasiva conmigo misma. A apreciar mi cuerpo por todo lo que hace y no criticarme por lo que no es capaz de hacer. Hasta he podido empezar a practicar yoga, algo que antes no había logrado por creerme demasiado no flexible.

El correr es mi viaje. Es lo que soy y se mezcla en todo lo que hago y lo que quiero hacer. He decidido escribir algo de esto pues es una bonita forma de hacerlo trascender. Compartiré lo que me vaya saliendo y espero alguien lo disfrute y que los anime a darle una oportunidad al correr en sus vidas. No me cabe duda que si le dan una verdadera oportunidad lo van a disfrutar.

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