Cincuenta millas (80.5 km), hecho!
Reto cumplido y dedicado a Maria Margarita Gnecco. Corrí cincuenta millas, si, cincuenta, así como lo leen. Fue una experiencia increíble. Valió la pena cada segundo invertido en el entrenamiento. Cada levantada a las 4.30 am para entrenar antes del trabajo, las idas a dormir temprano, los fines de semana entregados a los fondos, en fin, todo el esfuerzo cobró sentido.
Antes de contar lo vivido quiero agradecer a todas aquellas personas que me apoyaron en este camino, no los nombro a todos pero los llevo en mi corazón. Sin todo el apoyo no lo hubiera logrado. Gracias a mi mamá por alimentarme y cuidarme las 2 semanas antes para asegurarse que llegara sanita. Especiales gracias al crew (Sabrina, Maria Regina, Marcela y Pamela) por el aliento en los momentos claves y la ayuda en los aid stations.
Gracias a los Herederos Ortiz por la barra virtual, mejor acompañada imposible. A mi padre, gracias por creer en mi aunque no esté de acuerdo con lo que hago. Infinitas gracias a Marcelo (el coach) por transmitirme su conocimiento y tenerme paciencia contestando todas mis dudas.
Gracias a The North Face Endurece Series por permitir que mis primeras cincuenta millas fuesen una experiencia memorable. Basta de agradecimientos, para no aburrirlos mejor pasar a la crónica.
Así comenzó esta historia.
Desde el momento en que fui a reclamar el kit todo fue emocionante. Poco a poco me iba haciendo a la idea de que iba a correr cincuenta millas. Ver a todos los corredores, ver el lugar de la llegada y ver las montañas que iba a tener que subir y bajar hacían latir con fuerza mi corazón. Ver el Golden Gate Bridge a la distancia sin duda alborotó las mariposas en el estómago. Sabrina (mi hermana) y mi mamá le hicieron caso a Marcelo y el día anterior a la carrera no me dejaron hacer nada. Me consintieron y me alimentaron todo el día.
Esa noche el sueño estuvo interrumpido. La ansiedad me hizo levantar varias veces. Cuando finalmente sonó el despertador a las 3 am brinqué de la cama llena de energía. Estaba lista, me sentía preparada y con ganas de correr. En la salida hacia frío así que todos nos amontonábamos alrededor de un calentador de gas y como pingüinos íbamos rotando hacia el centro. Cuando llamaron para formar la salida me despedí de mi hermana y mi mamá con un abrazo lleno de energía. En la fila con el esperado 10, 9, 8, ……. 3, 2, 1 m´ås los aplausos de emoción mientras comenzaba la carrera intuía que iba a ser un gran día.

No pensar en que eran cincuenta millas lo que iba a correr fue fácil, siempre hubo cosas hermosas para mirar y disfrutar. Cuando salimos era de noche aún y rápidamente empezamos con la primera subida. Dí media vuelta y el río de luces que vi subiendo atrás mío era fascinante. Poco a poco fui entrando en mi ritmo y esa primera cuesta la culminé sin siquiera darme cuenta. Sabía que eran 9 subidas y bajadas con lo que me enfrentaba así que dejar la primera atrás fue un alivio.
Inspirar, espirar, repetir.
La mañana nos recibió con un amanecer bellísimo. Estaba en el tope de la segunda montaña, veía la bahía de Sausalito y Marin City mientras el cielo desplegaba los primeros colores de la mañana. Esos colores que nos hacen creer que todo va a estar bien. Así, llena de energía llegué a Tennessee Valley antes de lo acordado con Sabrina. Llevaba algo más de 21 kilómetros (13 millas) y me sentía como si recién empezara. Recargué agua, dejé la linterna, saqué las gafas y seguí mi camino. Nuevamente inspirar, espirar, repetir y sobretodo disfrutar. Ver el océano Pacífico aparecer detrás de una de las subidas fue mágico. Toda su inmensidad y su fuerza para mi durante cincuenta millas.
El quinto ascenso fue el más difícil. Largo e inclinado. Un pie primero, luego el otro. Encontrar mi ritmo. Inspirar, espirar, disfrutar, repetir hasta la cima. La vista, un regalo merecido. Como para quedarse y “parchar” un rato. Mientras llenaba los termos de agua y electrolitos conversé con un chico que parecía con ganas de renunciar. Me dijo que estaba de cumpleaños así que le di un LuchoDillito. Se paró contento y devuelta cada cual a lo suyo. La bajada fue por un lugar hermoso. Con árboles y cascadas y de vez en cuando se entrevistaba la inmensidad del Pacífico.
Cuando la pendiente empezaba a inclinarse nuevamente vi a mi hermana a la distancia y me sentí tan feliz y emocionada que los ojos se me llenaron de lágrimas. Había pasado la mitad y me sentía fuerte como un roble. Había esperado llegar a ese encuentro con el crew con ganas de desistir o algo, pero no, estaba entera y ver a mi mamá, a Sabri, a Marcela y a Pamela me redobló el ánimo. Tal vez el sándwich de aguacate que me dieron ayudó.
Mejor subir que bajar, quien se lo iba a imaginar.
Subí y bajé tres veces más hasta llegar de nuevo a Tennessee Valley. Descubrí que me va mejor subiendo que bajando. Que aunque no voy muy rápido, logro llegar a esa zona zen y avanzo firme. Bajar, en cambio, no es tan sencillo como parece, no todo se le deja a la fuerza de gravedad. Ver a Pamela y correr con ella y que luego Sabrina se nos uniera me volvió a llenar de ánimo. Solo faltaban 10 millas más. Ahí supe que esto era mío. Que lo iba a lograr, iba a entrar al mundo de los ultra atletas.
Con ayuda de mi fantástico crew me cambié las medias, tomé el elixir de salvación y lista para la recta final. Vale la pena explicar que el elixir de salvación es Mountain Dew, veneno que no tomo en ningún otro momento de mi vida pero que luego de correr 45 kilómetros me devuelve el alma al cuerpo. Sabrina subió a mi lado un rato renovando mi ímpetu de llegar a la meta, fue tan agradable compartir esto con ella. Y así, a mi ritmo culminé la última subida. No quedaba sino bajar, cruzar el Golden Gate Bridge y una milla más para alcanzar la gloria.
La recta final.
Cuando llegué al puente, me esperaba toda una función de la naturaleza. Uno de los atardeceres más alucinantes que vi alguna vez. A mi derecha el sol ya ocultándose pintaba el cielo de unos naranjas, y fuxias que parecían de ensueño. Al lado izquierdo la paleta de colores era mas hacia los rosados y morados. La felicidad que me inundaba era increíble y las ganas de correr aumentaban. Por un momento pensé que tenía que absorberlo todo sola y de pronto a la distancia vi a Sabrina y a Pamela. Nuevamente lágrimas de emoción en los ojos. Podía compartir con ellas el regalo que la vida me entregaba por cumplir mi hazaña.
Cuando cruzamos el puente nos informan que nos queda un poco más de una milla. Aquí me sentí cansada y con ganas de que esto acabara pronto. Pensé que ya no tenía más energía, sin embargo, una vez más el “berracol” surgió efecto y pude terminar con paso demoledor. Crucé la meta acompañada de mi hermana y Pamela. Quede sin aliento, agotada, casi me caigo por hacer un baile de celebración, solo podía sonreír. Lo logré! Corrí cincuenta millas, ochenta punto cinco kilómetros. Un sueño cumplido. El crecimiento físico, mental y espiritual que esta aventura me permitió es sólo una muestra de a dónde podemos llegar si realmente lo queremos.
La recuperación es parte de la carrera.
Ahora estoy aprendiendo que no todo terminó al cruzar la meta. Después sigue la recuperación. Es tan intensa y merece tanta atención y dedicación como el entrenamiento. Además hay que celebrar y digerir la experiencia. Ya estoy corriendo nuevamente pero es simplemente recuperación activa. Antes de dos semanas no se vale pensar en cual será el siguiente desafío…..